Durante el transcurso de la Conferencia Anual de ASCD de 2016, tuve la oportunidad de hacer un curso con Jonathan Bergmann y Aaron Sams, pioneros del movimiento Flipped Classroom o clase invertida. Desde aquel entonces, aprovecho cada oportunidad de trabajo junto a los educadores del colegio para volver sobre esta propuesta que originalmente fue pensada para la presencialidad, pero que tan bien se adaptó para el trabajo durante la bimodalidad e incluso durante la etapa de aislamiento. Como tantas propuestas de blended learning (aprendizaje mixto) hay mucha flexibilidad para que las estaciones de trabajo sean virtuales o presenciales.
Las bases de este movimiento las podemos buscar en Salman Khan (creador de Khan Academy) que vio en la plataforma de youtube la potencialidad de utilizarla para la educación; y también en Sugata Mitra, que en la India empezó a experimentar colocando computadoras en las calles como si fueran cajeros automáticos (en el proyecto “The hole in the wall”) brindando de esta manera el acceso de la tecnología fundamentalmente a los niños de menores recursos, y observando cómo se producía el aprendizaje autónomo en personas sin educación formal.
Básicamente, la propuesta busca invertir lo que sucede en la clase tradicional (entrega de contenido y tarea para la casa) por una clase en la cual el alumno obtiene el contenido en su casa (a través de videos o de lecturas) y cuando está en la clase se aborda la aplicación de las actividades planteadas, la creación de propuestas, la resolución de problemas y su análisis.
De esta manera se obtienen dos beneficios fundamentales: la explicación de los contenidos puede estar disponible para verse las veces que sea necesario y la ejercitación será más exitosa cuando, frente a los obstáculos, el alumno tenga al docente a su lado que lo ayude a destrabarse, en lugar de estar solo en su casa. Y eso nos lleva a preguntarnos si cuando los alumnos no hacen una tarea esto se debe más a la dificultad de comprensión que a la falta de compromiso. Un círculo vicioso difícil de romper y que atenta contra la autoestima.
Para la explicación de contenidos, generalmente se utilizan videos grabados por el propio docente (con pantalla y voz en off, con la grabación de la mano escribiendo sobre el papel, con la imagen parcial o total del docente escribiendo sobre una pantalla) o realizados por otros docentes o compañías en base a estas mismas estrategias. La clave está en enseñar a “ver” los videos, para lo que necesitamos llevar a cabo una técnica similar a la de la lectura comprensiva.
Y de esta forma se produce lo más importante, poder generar una clase llena de sentido y propósito. El alumno es protagonista activo de su aprendizaje y el docente hace la diferencia ayudando a los alumnos a animarse a enfrentarse y resolver los problemas cognitivos, como explica Cristobal Cobo. Las habilidades de orden inferior de la taxonomía de Bloom quedan ahora en mano de los alumnos, mientras que los docentes los acompañan -con mayor lógica- para enfrentar aquellas de orden superior.
A esta metodología pueden sumarse otras estrategias didácticas como la instrucción de pares, la enseñanza para la comprensión y hacer visibles el pensamiento. Lo más importante de la clase invertida no es la tecnología, sino la diferenciación en el proceso educativo que permite la tecnología. La potencialidad real está en permitir a los alumnos ir con su ritmo de aprendizaje individual, a través de diversas puertas de ingreso, reforzando su metacomprensión de cómo aprenden y adquiriendo contenidos diversos.